lunes, 4 de noviembre de 2013
Discurso de Manuel Lopez Camarena. 12 de octubre
Discurso de Manuel Lopez Camarena
cronista oficial de Ciudad Real y periodista
HISPANIDAD 2013 CIUDAD REAL FUNDACION DENAES
Hoy, 12 de octubre de 2013, aniversario de aquel otro 12 de octubre de hace 521 años en que la voz, igual aflamencada y cazallera, de un marinero sevillano, de un trianero universal, Rodrigo de Triana, gritó al mundo que una nueva tierra, desconocida hasta entonces por mucho que se quiera reinventar, también en esto, la Historia, nacía al conocimiento de las gentes. Y hoy, 521 años después, si las cuentas no me fallan y me hace quedar mal, agradezco el que la Fundación para la Defensa de la Nación Española, DENAES, se haya acordado de este humilde Cronista Oficial de la Ciudad y viejo legionario de los Tercios del Sahara, para pronunciar una breves, que breves deben y van a ser, palabras y conceptos. Y quiero, en ellas, en las palabras a decir, ligar la nada desdeñable relación entre la América descubierta entonces con nuestra Ciudad, la casi estrenada por aquellos entonces Ciudad Real del rey Juan II, padre de la reina Isabel aquí presente en efigie.
No fue la Ciudad Real de entonces villa ajena a la aventura americana, dado que, sin alcanzar las cotas de otras tierras de España, nuestra hermana y vecina Extremadura por ejemplo, si envió a algunos de sus hijos, de más o menos prosapia e importancia, a colaborar en la enorme tarea que la tozudez de Cristóbal Colón y la valentía de la Reina habían descargado sobre España y sus gentes. Y tampoco fue Ciudad Real provincia, entonces sin este apelativo en su configuración geográfico-administrativa, ajena a la misma tarea y aventura. Pero por razones obvias, comprenderán que sólo me refiera hoy, aquí, a todos los nacidos en nuestra ciudad, que fueron a hacer, cada uno como supo y pudo sus Américas. Y lo hago, lo hacemos, a los pies de la reina que entregó joyas y prestigio para sufragar los gastos de aquella descomunal tarea geográfico-marinera, paralela en sus inicios a la recomposición de la cuarteada, incluso diría que craquelada que es más, piel de toro de la vieja Hispania de los romanos, los visigodos y hasta de nosotros mismos; abstracción hecha de los grupos incordiantes que siempre hubo, en mayor o menor grado o de mayor o menor virulencia, en esta nación de nuestros pecados. Y así, nos ceñiremos a la realidad histórica de los ciudadrealeños que embarcaron para aquellas tierras, desde México a la mismísima Tierra de Fuego dónde ya no había más tierra. Y en estos dilatadísimos parajes, comprendidos entre puntos tan lejanos como la tierra de los aztecas y la de los pingüinos australes, sufridos y valientes culipardos llevaron a cabo tareas siempre importantes, sin que por ello debamos descargarlos, quizás, de ciertos episodios que pudieran enturbiar su ejecutoria.
Y así encontramos personajes como el capitán Diego de Mazariegos, nacido en 1.527 en nuestra flamante ciudad de entonces, que fundase la mejicana Ciudad Real de Chiapas, hoy San Cristóbal de las Casas, con la que estamos hermanados; o Luis de Villaseca, ciudadrealeño también, que fuese secretario del virrey Luis de Velasco y que, en 1612, encargase y sufragase el magnífico retablo de la hoy Catedral de nuestra ciudad, en la que ya entonces, como parroquia de Santa María del Prado, se venerase a nuestra patrona; si olvidar a fray Antonio de Ciudad Real, franciscano, que tuvo un papel destacado en la tarea de organización de Yucatán, al ser uno de los pocos que logró aprender la lengua maya yucateca, de la que escribió un valiosísimo diccionario; o aquel descendiente de don Pedro Treviño, que consigue el marquesado de Casa Treviño, tan ligado a nuestra ciudad, título que al final llega a España desde Nueva Orleáns, donde vivía; o aquel fray Juan de Estrada, o de la Magdalena, hijo de Juan Alfonso de Estrada, que fuese gobernador de la América Septentrional, que pasó su vida en México dedicado a sus tareas religiosas y literarias; o Pedro Antonio Castellanos, capitán de Infantería en Cuba, enemigo primero de Hernán Cortes y amigo sincero después, hasta el punto de que testificó en su favor ante la justicia del emperador Carlos; o nuestro fray García Jofre de Loaysa, nacido en 1.490 entre nuestras hoy derruidas murallas, almirante de Castilla y gobernador de las islas Molucas, de haber llegado a ellas, en la expedición que descubrió el temible Cabo de Hornos, y en la que viajaban, entre otros, y nada menos, que Juan Sebastián Elcano, Rodrigo de Triana y Pedro de Urdaneta; y Alonso Dávila, nombrado alcalde mayor de Méjico por Cortés, del que fue compañero en la conquista de aquel enorme país y más concretamente en la península de Yucatán y en llamada Noche Triste de Otumba; o aquel obispo Francisco de Salcedo, que ejerció ministerio en La Plata, Los Charcas y Santiago de Chile; o el capitán Juan de Céspedes; o Alonso de Estada; y los hermanos Machuca, Luis, Petronila y Estefanía, que levantaron su casa de aquí y pasaron al Perú; o Alonso Mexía de la Cerda, que anduvo por el Perú incaico y Chile; y todos los que, habiendo existido, no he logrado localizar y ubicar, porque, seguramente, habiendo estado y hecho, con desigual fortuna, las América, no tuvieron motivo para dejar rastro de su nombre y existencia. No obstante, todos ellos, conocidos o desconocidos, eran, fueron, ciudadrealeños de pura cepa y aun hasta la médula, de modo y manera que, cuando pudieron, fundaron alguna Ciudad Real, o confeccionaron un diccionario o se batieron bravamente o vencieron a la mar en la zona más difícil de navegar, como hizo Loaysa en el tenebroso y peligroso Cabo de Hornos. Todos ellos dejaron su impronta allá y, salvo excepción o demostración en contrario, no debieron ser de los peores ni de los más crueles, pues sabido es que el ser del manchego no es ni violento, ni cruel, ni vengativo. Ellos, como el resto de los españoles allí llegados, formaron parte esencial de una gran aventura que, por buscada, no causó menos sorpresa al tener que ser enfrentada por la España de aquella época. Aventura en la que, todos, para desmentir ciertas falacias muy al uso hoy, metieron el moco y la mano, incluidos los que más ponen en duda y más reniegan de la Hispanidad, amén de por lo que representa de descubrimiento y conquista, como, sobre todo, por la filosofía con la que se llevó la misma, pese a los errores que se dieron. Para entender esto, baste comprar el modus operandi de España en aquellas tierras, en aquellas colonias, que no otra cosa eran en el tiempo, y el de otras potencias europeas como Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Portugal en sus territorios, y no digamos de la colonización de los Estados Unidos de América. Entre unas y otras hubo, ciertamente, diferencias cualitativas y cuantitativas, o al menos eso creemos muchos.
Pero lo cierto, y acabo, es que ésta de América fue una aventura grande, inmensa, casi inabarcable, que enfrentamos, gestionamos y digerimos de la mejor manera que supimos, y que hoy, pese a casos concretos de estilo, digamos con cierta sorna, bolivariano y similares, nos permite asistir, en la persona de tantos hermanos hoy entre nosotros, a la devolución de la aventura americana con dignidad.
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